por: Manuel Betances.-
Para este Día Nacional del Merengue vuelve a repicar la tambora, afianzando el orgullo de tener un ritmo nacional que ha traspasado fronteras y nos identifica en todo el mundo. Dicha conmemoración se viene realizando desde el año 2005 en República Dominicana. Años después, como una iniciativa de la UNESCO queda declarado como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2016.
Al hablar de dicho género musical, son muchas las aristas y enfoques que podemos tomar. Por ello, en Discolai creemos que cualquier tópico es interesante, siempre y cuando analicemos de manera imparcial. En tiempos de inteligencia artificial y la industria del entretenimiento se torna beneficiada de la misma, así como afectada y amenazada, confiamos en que al estudiar un ritmo como el Merengue debemos hacerlo tomando en cuenta variable como contexto y evolución del mismo.
Hemos elegido analizar el fenómeno del Meren-House, no sin antes empezar por los antecedentes como lo fue el factor migración hacia los Estados Unidos. Desde los años 60 con Primitivo Santos y Milly, Jocelyn y Los Vecinos en los 70, vemos como viene permeando esa influencia norteamericana en el ritmo nacional. Los 80’s fue la gran prueba de fuego cuando la irrupción de los teclados electrónicos sembraron la semilla que germinaría a finales de dicha década. Ejemplos hay muchos trayendo consigo una oleada de orquestas y proyectos con sonidos de la gran urbe. Acá destacaba un producto donde la tambora y la güira estaban conectados a alguna fuente alimentada por la influencia de la comunidad dominicana de entonces. Desde el electro-booguie, los b-boy dancers, los graffitis en los vagones del Metro en el Bronx y los Boombox que resonaban en sus caseteras, el movimiento de la música dance apenas iniciaba. El dominicano no fue indiferente a esa diversidad de estímulos.
De su lado, entre Santo Domingo y New York se tendía un puente extenso, mayor al que el que se cruzaba cada semana, gracias a las llamadas realizadas por la diáspora hacia sus familiares. Mientras eso sucedía, el de la música era un lazo que crecía y se expandía en el interior de las maletas de los viajeros que transportaban LPs, cassettes y el último invento de la tecnología, el CD, en cada viaje. Así volvía Juanita todos los diciembres para llenarnos de besos, como los de La Gran Manzana entre saxofones evocadores de noches neoyorkinas y teclados de fondo, creando esa atmósfera de nostalgia. Durante el año, Bonny Cepeda nos invitaba a noches de discotheque, narrando la vida de un bohemio en una pista de baile a lo Tony Manero versión tambora y güira… también con sintetizadores. Eran los tiempos de bailar ‘música americana’ y Michael Jackson contribuyó con la estética gracias a la portada de su disco «Bad». Apoyado en sus correas, argollas, curly y jacket de leather, quería privar en ser más malo que Willie Colón, con Vickiana montada en la cola de un motor siete y medio recorriendo el Malecón de Santo Domingo. A esa imagen de chico malo, el dominican-york, con su desteñida vestimenta de pre-lavados o nevado, viajaba a la isla importando la falsa figura de tipo duro de la calle, mientras que en El Conde el street urban art era cosa ya habitual. Así hizo aparición el Super Frank con su Meren-funk siendo el artífice de la competencia de rap Viva Rap 89, con el apoyo masivo de Viva FM. Paralelamente, The New York Band nos ponía a brincar con su dancing mood en noches fiesteras, sonido digital y ambiente de celebración en pleno calor caribeño, pero sintiéndonos fine. Como caballos desbocados aparecieron agrupaciones dirigidas a los más jóvenes, como la jevitada que le hizo coro a El Clan de la Furia y su merengue acelerado con sintetizadores envueltos en una indumentaria que caló en una generación que se veía cada vez más influenciada por el mundo fashion. Otro detalle fue la aparición de las versiones discoteca, que no eran más que remixes casi artesanales de los éxitos radiales del momento de la mano de djs de estudio como Cintronelle. Jossie Esteban, Nelson Cordero «El Varón», Ramón Orlando con La Internacional o la Coco Band, fueron algunos de los artistas que se adentraron a esta modalidad.
Paralelamente, el Freestyle seguía acaparando la atención en la música de baile, lo que significó la entrada oficial del hip-hop a la industria de la música. Por eso, al lado de La Hispaniola estaba ocurriendo algo que devendría en un fenómeno aprovechado por los nuyoricans. Ante el inevitable y posterior nacimiento de lo que luego llamaríamos reguetón, los ‘boris’ ya tenían en sus manos la génesis del Meren-Rap, aunque el precursor de esta variante sería Wilfrido Vargas con Eddy Herrera rapeando en el tema «El Jardinero», por allá en el ’84. Cabe resaltar cómo una disquera de nombre Prime Entertaiment Records en Puerto Rico, también había puesto lo suyo para que el Merengue Bomba trascendiera más allá de orquestas como el Conjunto Quisqueya, Jossie Esteban y La Patrulla 15, o el monstruo en el que se convertiría la figura de Toño Rosario a raíz de la salida del grupo de sus hermanos, Los Rosario. De esta plaza surgirían proyectos como Los Sabrosos del Merengue, Zona Roja, Caña Brava, Joseph Fonseca, Olga Tañón, GrupoManía, Limi-T 21, Elvis Crespo y otros tantos. Pero volviendo a Prime Records, el meren-rap le mostró al mundo productos como Brewley MC («Nena sexy»), Dj Negro («Apechao») Lisa M («Every dancing now»), Fransheska («Menéalo»), Santi y sus Duendes («No inventes papito»), Vico C junto a Jossie Esteban («Blanca» y «Que cante la esperanza») y al mismo Toño («Traigo la bomba»), fueron algunos de los ejemplos de esa mutación que iba sufriendo el merengue en Puerto Rico. Dicho sea de paso, en su mayoría, todo producido, grabado o compuesto por dominicanos (Rento Arias, Bonny Cepeda, Pochi Familia (Alfonso Vásquez),Israel Casado, July Heredia, entre otros).
Hasta aquí ya el caldo de cultivo estaba servido iniciando la década del 90, dando inicio a una revolución de matices con una sonoridad dirigida a la comunidad dominicana en New York, principalmente. Hablamos del Meren-House, resultado de un nuevo modo de mezclar cosas. Así fue como los ‘domis’ dejamos claro que aunque tomemos elementos foráneos, «nosotro somo nosotro». Esa era la premisa de Proyecto UNO con Nelson Zapata quien combinaba el groove del house con el freestyle, metiéndose en el bolsillo a todo el continente desde el norte, o sea ‘Nueba Yol’. Como un proyecto satélite para otras latitudes, aparece Sandy & Papo marcando la hora de bailar en toda Sudamérica. Pero Centroamérica se vio cautivada por otro grupo nacido en Villa Mella, y este fue Ilegales con Vladimir Dotel, quienes al día de hoy siguen poniendo a gozar al que pida más, incluyendo a la morena en una pista de baile. De igual forma, a partir de un cambio de dirección por parte del proyecto Two in a Room con Rafael «Dose» Vargas al frente, el grupo conocido como Fulanito llegaba con puros beats house, vocals struggle, identidad por un tubo en cada compás y un salero en el acordeón que se deslizaba por una pista programada que hizo sudar a millones en el mundo. Esa fue la misión del hombre más famoso del mundo. Otros que probaron suerte, sin obtener el impacto de los anteriores, fueron El Cartel, al igual que Zona 7.
Aunque este movimiento entró y caló con fuerza, a finales de aquellos 90 todo fue cambiando. La dinámica cambió de por sí. Tema de disqueras, de mercados y la aparición de nuevas propuestas dieron al traste obligando a que sus principales exponentes se aventuraran a cambiar la oferta. Pero lo que si es cierto es que el Meren-House dejó una huella y un legado. Ayudó a acelerar aún más al ya deformado merengue tradicional, que saliendo de esa estética noventera pasó a lo electrónico dando pie a la creación de un bloque amplio de proyectos como Kike Mangú, Moreno Negrón, Rimambo, Primer Imperio, y otras yerbas creadas en Fruity Loops, con secuencias bit por bit a 180bpm en un pista encendida.
De cualquier forma, es bueno ver cómo se evoluciona, cómo se muta y cómo se toma lo ya creado para reinventar un legado que sigue repercutiendo e imitado. Así ha sido, sigue y seguirá nuestro Merengue.
