por: Max ‘Drlacxos’ Cueto.-
El panorama musical dominicano atraviesa un momento vibrante: desde el folclore reimaginado hasta la experimentación más radical, una nueva generación de artistas está ampliando los límites de lo caribeño. En sus debuts y EPs recientes, Wiliana Veras, MABI, La Música y Caribe Ácido despliegan lenguajes propios que rehúyen la fórmula y, en cambio, apuestan por la raíz, la fusión crítica y la irreverencia creativa. Cuatro miradas distintas que coinciden en una misma convicción: la música dominicana no se conforma con repetirse, se reinventa.
Wiliana Veras – El Cimarronaje
En su debut ‘El Cimarronaje‘ la cantante y compositora dominicana Wiliana Veras traza un mapa sonoro que rehúye lo obvio: no hay modernizaciones edulcoradas ni ganchos discotequeros, sino un viaje íntimo y riguroso hacia las raíces. Radicada en Chicago, Veras vuelve la mirada al Caribe con ocho piezas de folk dominicano que funcionan tanto como afirmación identitaria como gesto de resistencia cultural. La producción de Moisés Silfa (Tipihop) es fundamental: limpia, austera y sin ornamentos innecesarios, entiende que el peso está en los códigos mismos de la tradición. Silfa (quien ha trabajado con figuras como Xiomara Fortuna o Carolina Camacho) no forza fusiones, sino que deja que la materia prima respire: palos, gagá, bambullá y blues se sostienen con un pulso orgánico que nunca se siente de museo. El repertorio es breve (23 minutos) pero cada corte tiene un filo propio. “Spanglish” emerge como manifiesto bicultural: entre bomba, bambullá y R&B, celebra la fluidez de vivir entre dos lenguas. ‘El Sur En Blues‘ reinventa el género desde la óptica isleña, como si el Delta se desplazara hacia Baní. ‘La Frontera‘ confía en la voz y percusión para levantar un relato crudo y sin ornamento, mientras que ‘Comin‘ juega con irreverencia al poner un gagá íntegro en inglés, sin perder el respeto por su raíz ritual. ‘Yeimi‘, sostenida en palos y una guitarra que aparece y desaparece, es quizás la más narrativa: una canción de sobrevivencia que deja cicatrices. El cierre con ‘El Incienso‘ reafirma la centralidad de los tambores como columna vertebral de la obra. La voz de Veras atraviesa todo con equilibrio inusual: dulce y potente, familiar y trascendente, capaz de abrazar la intimidad sin soltar la fuerza. No se trata de un debut que busca hits virales; más bien, de un proyecto con rigor académico y espiritualidad comunitaria. En un panorama donde lo “folklórico” suele diluirse en fórmulas de exportación, El Cimarronaje destaca por su negativa a negociar la raíz. Es un álbum breve, sí, pero de densidad cultural enorme. En su sencillez, Wiliana Veras demuestra que la tradición no necesita artificios para seguir sonando contemporánea.
MABI – Aquí Ahora
El debut de MABI no se presenta como un simple ejercicio de fusión, sino como un manifiesto de identidad. Aquí Ahora despliega siete canciones que entrelazan ritmos dominicanos (merengue, bachata, salsa, gagá) con capas de pop alternativo, folk latino y rock en español. El resultado no busca exotizar lo autóctono ni diluirlo en fórmulas globales: más bien, crea un espacio sonoro donde lo ancestral y lo contemporáneo dialogan con naturalidad. El dúo, formado por Rosa y Cisco, concibe cada pieza desde la raíz: letras, composición y coproducción artística se piensan como un todo. Grabado en República Dominicana bajo la mirada de Federico López Schaper (Fede López), el disco cuenta con aportes de músicos como Edgar Molina, Rocío Damirón, Gonzalo Frometa, Luitomá y el puertorriqueño BarbaBlanca, antes de ser masterizado en Nueva York por Carlos Ruiz. El gesto es claro: un puente transnacional que no renuncia a lo local. Los referentes son evidentes: Juan Luis Guerra y Rita Indiana a Aterciopelados y Violeta Parra, pero Aquí Ahora se sostiene en su propia voz. ‘Careta‘, con su apertura de pop alternativo salpicado de salsa y cumbia, funciona como carta de presentación: un híbrido rítmico que condensa el ADN del proyecto. ‘Cariñito‘, por su parte, actualiza el merengue con guitarra, tambora y güira en un vaivén sensual y cotidiano. Canciones como ‘Café‘ o ‘Lo Que No Sirve‘ expanden el espectro, explorando la identidad, el amor y la liberación con un pulso que oscila entre lo íntimo y lo colectivo. La estética vocal de MABI refuerza este balance: cálida y juguetona, pero con la potencia suficiente para sostener la densidad lírica. Hay poesía, pero también imágenes cercanas; hay crítica, pero también baile.
La Musica – SATURADX
En su primer EP, SATURADX, el artista dominicano La Música (Ricardo Suazo) se atreve a saturar no solo las bocinas, sino también los códigos establecidos de lo urbano caribeño. Con apenas tres tracks, la propuesta es breve, pero cargada de una intensidad que condensa baile, identidad y manifiesto queer en una producción tan explosiva como estratégica. El concepto de saturadx (neutro de “saturao/saturá”) funciona como núcleo estético y político: un sonido llevado al límite, donde el bajo no es mero acompañamiento, sino fuerza gravitacional. Ese pulso conecta con la fiebre global del Baile Funk y lo injerta en la cadencia del dembow, reafirmando que lo dominicano no se reduce a un patrón rítmico, sino que se expande hacia un territorio de diálogo afrodescendiente. ‘Princesita’ abre el EP con un espíritu carnavalesco y un coro que celebra el desparpajo sin caer en caricatura. Es, quizás, el track más inmediato, una declaración de fiesta que no pide permiso. ‘Pomposa’, más narrativo, se inclina hacia la sanación tras la ruptura, jugando con la sensualidad del beat. Y en ‘Corazones’ aparece la veta más ambiciosa del proyecto: un mapa sonoro que conecta Brasil y República Dominicana. Lo que distingue a SATURADX no es solo su mestizaje rítmico, sino la mirada de su creador. La Música no es un productor más dentro de la ola urbana dominicana: es un artista queer, formado en Londres, que lleva la calle a la galería y la galería al colmadón. Ya lo había insinuado con “Fashion Week de Callejón” en 2023; ahora lo confirma con un EP que se piensa tanto en la pista como en la teoría. Con SATURADX, La Música demuestra que la irreverencia también puede ser un método. En tres cortes compactos logra algo que muchos discos extensos no alcanzan: articular un sonido propio que celebra lo femenino, lo afro y lo queer como ejes centrales de la música urbana caribeña contemporánea.
Caribe Ácido – Otras Formas de Comunicación
En tiempos donde la inteligencia artificial invade playlists y algoritmos predicen nuestros gustos antes que podamos nombrarlos, Caribe Ácido propone un gesto radical: apagarlo todo. ‘Otras Formas de Comunicación‘, un álbum de apenas dos piezas pero de una densidad expansiva, funciona como un manifiesto en defensa del error humano, la improvisación y la escucha como acto político. Ysmel Abreu, la mente detrás del proyecto, se ha obsesionado con la trompeta eléctrica como dispositivo de exploración psíquica. Aquí la lleva a sus extremos: rugidos que parecen sintetizadores, murmullos que se confunden con ruido urbano, ráfagas que atraviesan el espacio como cuchillos en manteca sonora. ‘The Last Human with the Horn’ se erige como epicentro del álbum, una meditación distópica que transforma la trompeta en antena cósmica, absorbiendo el caos para devolverlo como mensaje. Grabado completamente en vivo con la producción de Diego Raposo, sin edición digital, el disco respira en cada imperfección. Abreu se resiste a la pulcritud de lo cuantizado y encuentra belleza en el temblor, en el feedback, en las tensiones que escapan a cualquier software. En ese sentido, Otras Formas de Comunicación es también un rechazo frontal a la lógica de la máquina: un recordatorio de que el ruido no se puede domesticar, solo sentir. La escucha, entonces, se convierte en trance. No es un álbum que busque complacer; exige tiempo, silencio y vulnerabilidad. Sus 35 minutos de improvisación eléctrica recuerdan que la música no siempre es producto, sino también ritual. Como en sus proyectos previos, Abreu parte del jazz, pero aquí lo disuelve en especulación metafísica, construyendo paisajes sonoros que sugieren ciudades apagadas, memorias borradas y cuerpos que aún insisten en comunicarse más allá de la señal.
