por: Max ‘Drlacxos’ Cueto.-
En una escena donde lo urbano amenaza con volverse fórmula y lo experimental a menudo cae en el efectismo, hay artistas que eligen otros caminos. Cosas Personales, ETERNA, Ecolocalización y Los Cielitos no solo son discos recientes: son mapas alternativos dentro de la música dominicana contemporánea. Cada uno desde el caos emocional de Diomedes Jiménez, la pulsión electrónica y queer de MULA, la descarga lírica cruda de Ce Qei con Jotabit, hasta la delicadeza bolerística de Los Cielitos, representa una forma distinta de explorar la identidad, el lenguaje sonoro y la emoción. Lo que comparten no es un género ni un estilo, sino una voluntad: la de romper moldes, hablar desde el margen, y hacer del riesgo una poética. Este no es un repaso de lanzamientos. Es una lectura de cuatro obras que, en su diferencia, forman un retrato expandido de hacia dónde puede ir la música dominicana si se atreve a escucharse más allá de los algoritmos.
Diómedes Jiménez – Cosas Personales
En un panorama donde las etiquetas parecen multiplicarse tan rápido como se vuelven obsoletas, Diomedes Jiménez escoge el camino más difícil: ignorarlas. En su debut de larga duración, Cosas Personales, el artista dominicano construye un álbum que se despliega como un mapa emocional, una crónica urbana contada en 15 cortes y 38 minutos de ruido, belleza y desahogo. Más que un disco, Cosas Personales es una especie de diario sonoro: una colección de textos hablados, gritados, rapeados, murmurados. Aquí no hay una estética dominante, sino una constante mutación. Diomedes navega entre géneros como si cada uno fuera una emoción distinta: desde «20 no son na'», la bachata “Demonio” es árida y tensa, sin el sentimentalismo habitual del género; “OMW” y “Veldad’” llevan el dembow a un plano casi onírico; “Intención” brilla con electrónica bailable; “Panda” es una narración dolida que alcanza un clímax emocional que duele. Todo hilado por un saxofón (el de Jonathan Piña Duluc) que se cuela como una voz secundaria que lo observa todo desde un rincón de la habitación. La producción a cargo del propio Diomedes con colaboración de QUITERIO y mezclada por Arismendy Ramos propone un terreno irregular y apasionante. Las texturas se sienten crudas, con capas de distorsión y pasajes minimalistas que refuerzan la sensación de collage emocional. La sensación de “obra conceptual” no proviene de una narrativa lineal, sino de su atmósfera densa, casi cinematográfica, donde cada canción es una escena fragmentada de una misma historia: su historia. Hay colaboraciones, pero ninguna le roba protagonismo. El rapero Dreelo aparece en “Trampa” como un complemento agresivo y preciso; Zupr1m, en “Preludio al Amor”, aporta una energía distinta, más melódica. Pero lo que prevalece es esa sensación de que Diomedes no está “haciendo un disco” sino expulsando cosas: experiencias laborales, frustraciones, su tránsito como peatón por una ciudad hostil, la vocación de enseñar (“Docente”) y la delgada línea entre lo personal y lo político. “Piso Nueve”, por ejemplo, es una explosión lírica sin contención, casi esquizofrénica, que se siente como abrir una libreta de apuntes escrita bajo presión. La canción se convierte en una metáfora del disco entero: no lineal, no pulido, pero profundamente honesto. Y ese parece ser el núcleo de Cosas Personales: una obra difícil de clasificar, pero fácil de sentir. Es un álbum que pide atención, que exige escucha activa, que propone caos pero nunca confusión. Es psicodélico sin psicodelia barata, político sin panfleto, íntimo sin autocompasión. En una escena donde lo urbano se estandariza cada vez más, Diomedes apuesta por la disonancia, por la vulnerabilidad, por el riesgo. Con este debut, Diomedes Jiménez no solo deja claro que tiene una voz singular, sino que no está dispuesto a diluirla para agradar. Cosas Personales es lo contrario a un producto: es un vómito elegante, un manifiesto de identidad, una bomba emocional disfrazada de álbum independiente. Y en tiempos de algoritmos y fórmulas, eso es, irónicamente, lo más radical que puede hacerse.
Mula – ETERNA
Por más de una década, el trío dominicano MULA, integrado por Rachell Rojas y las gemelas Cristabel y Anabel Acevedo, ha desafiado cualquier intento de clasificación. Su propuesta es una alquimia entre electrónica, herencia caribeña y una estética queer militante que ha evolucionado con intención y convicción. ETERNA, su cuarto álbum, no solo reafirma esa visión: la sublima. Es un manifiesto sónico que atraviesa géneros y épocas, que suena tanto a tambora dominicana como a un rave post-apocalíptico, sin perder nunca el eje emocional ni político. Grabado entre Santiago de los Caballeros, Ciudad de México y Madrid, ETERNA se gestó en múltiples latitudes, pero mantiene una raíz innegociable: el Caribe como territorio sagrado y expansivo. El disco se mueve con naturalidad entre electro-merengue, reggaetón mutante, darkwave y dancehall, con una producción que no le teme ni a lo absurdo ni a lo sublime. Es música que apunta al futuro sin despegarse del suelo. Una de las apuestas más conscientes de este trabajo es su red de colaboraciones, mayoritariamente femenina y latinoamericana. Jessy Bulbo imprime frenesí caribeño en “Grandes Escobas”, mientras Javiera Mena aporta dramatismo gótico en “Acelero”. Lao Ra transforma “Colmadón” en un rave urbano y minimalista, muestran un regueton mutante en «Sin Permiso» junto a Letón Pé. Se unen a Lucía Tacchetti en “Fugaz”, una joya de techno pop experimental, y Niña Dioz participa en “Como Hacemos”, donde el dancehall se funde con un gagá electrónico fantasmagórico. Son colaboraciones que no diluyen el núcleo del disco, sino que lo expanden. Pero ETERNA brilla aún más cuando MULA se queda sola. “Formequé”, el tema de apertura, es una declaración de principios: sintetizadores pulsantes, armonías en tensión y una energía que descarga desde el Cibao hacia el cosmos. “Visión”, una de las cumbres del álbum, reinventa el merengue como un artefacto evolucionado que baila, explota, se pliega y se rehace sin perder identidad. “Mar”, el primer sencillo, surgió a partir de un cuento precolombino escrito por Cristabel, y vibra como una pieza cinematográfica. “Soñé Contigo” introduce una brisa romántica sin bajar el ritmo, mientras “Popsy 404” aborda la ilusión del amor digital con beats techno-house cargados de melancolía futurista. Desde su lanzamiento, ETERNA ha generado una respuesta inmediata y emocional. “Una vez que la música sale, ya no nos pertenece”, dicen sus creadoras. Pero eso no es una renuncia, sino una entrega: ETERNA se ofrece como un espacio donde lo queer, lo tropical, lo electrónico y lo íntimo coexisten sin pedir permiso. Este es, sin duda, el álbum más ambicioso y maduro de MULA. Más que un disco, ETERNA es una piedra angular para entender hacia dónde puede ir el pop caribeño sin traicionar sus raíces. En un panorama regional que a menudo recompensa lo predecible, MULA insiste en sonar como nadie más. Y lo logra.
Ce Qei + Jotabit – ECOLOCALIZACION
En un panorama donde los feeds se actualizan más rápido que el pulso de un beat de trap, Ecolocalización de Ce Qei y Jotabit suena como un puñetazo breve pero certero. Con solo 5 tracks en 7 minutos, este EP es un disparo de adrenalina que nos deja activados… y con hambre, una descarga que parece más interesada en ser fugaz que en ser recordada. Y, sin embargo, ese mismo vértigo contiene una intención. Ce Qei, uno de los raperos más filosos de la escena actual en la isla, aparece aquí como un MC en tensión consigo mismo. Su voz es precisa, cargada de sarcasmo, humor agrio y desdén por las formas. Acompañado por la producción afilada y cruda de Jotabit , minimalista, pero efectiva, dispara líneas como quien hace sonar una alarma en mitad de la noche. Pero tras cada golpe, uno se pregunta si el puñetazo fue lo suficientemente profundo. Las letras, a veces tan erráticas como poéticas, flotan en una nube de referencias, ironías y autoafirmación callejera. Hay momentos en los que Ce Qei roza lo brillante, y otros donde parece replegarse a una zona de confort lírica, prefiriendo los juegos de palabras por encima de una narrativa más arriesgada o introspectiva. Lo mismo ocurre con la estructura del EP: su brevedad funciona como manifiesto, pero también como barrera. Justo cuando empieza a tomar forma, Ecolocalización desaparece. El título, sugerente y conceptual, alude a esa capacidad de orientación en la oscuridad, a detectar el espacio desde el sonido. Es un concepto poderoso, pero en este caso parece más promesa que realización. Ecolocalización no es un fallo, pero sí un esbozo. Es una obra que brilla en sus momentos más sueltos, que deja claro el talento tanto del MC como del productor, pero que se resiste a arriesgar. En tiempos donde el rap dominicano comienza a expandirse en capas más profundas, Ce Qei parece quedarse en la superficie. Lo interesante será ver qué tan lejos puede llegar si decide sumergirse.
Los Cielitos – Los Cielitos
Hay discos que no se escuchan, se rozan. Como si al darle play se abriera una ventana cálida en la tarde. Los Cielitos, el debut del dúo formado por el guitarrista dominicano Yasser Tejeda y la cantante canadiense Jill Peacock, es precisamente eso: una brisa en clave de bolero, una ofrenda íntima a la memoria sonora de toda una región. Después de flotar en el soul psicodélico bajo el nombre aStridd con su EP Colliding Galaxies (2013), Tejeda y Peacock regresan en otra órbita emocional, esta vez orbitando el cancionero clásico latinoamericano. El cambio no es una simple reinvención estética, sino una exploración afectiva. El bolero aquí no es pastiche ni nostalgia ciega; es una carta de amor sincera al idioma de la melancolía, con una instrumentación despojada que roza lo ceremonial. Las versiones de “Piel Canela”, “Bésame Mucho”, “Sin Ti” y “Perfidia” no buscan rehacer ni reinterpretar desde la espectacularidad. Al contrario, encuentran poder en la contención. La guitarra y voz de Tejeda se mueven con la sabiduría del que conoce el peso de cada silencio, mientras la voz de Jill Peacock, sin un acento forzado, pero con una dulzura que recuerda a Eydie Gormé cruzando caminos con Los Panchos, canta como si abrazara el español con cada verso. Ese detalle, el de una extranjera domando fonemas con ternura, es parte del encanto del disco: la emoción sobrevive la dicción. Y aunque algunos puristas podrían resistirse al minimalismo del proyecto, es justamente esa decisión lo que lo vuelve tan humano. Los Cielitos no es un museo del bolero, es una habitación habitada. Al final, este es un disco que se deja amar sin pedir permiso. No reinventa el bolero, pero lo acaricia con el respeto de quien lo escucha desde hace años y aún se sigue emocionando. En tiempos de sobreproducción y algoritmos, este es un trabajo que se atreve a sonar sencillo y por eso, profundamente necesario.
